



Cuando miras a un niño sonreír, hay razones para creer que se puede tener un mundo mejor.
Al hablar de la desigualdad social en Argentina, me recuerda a un profesor de la secundaria, en donde en una de sus clases menciono el termino “BEL-INDIA”.
Este termino se refiere que, tanto en Argentina, Latino America, y diversas partes del mundo, se puede ver en una misma sociedad el desarrollo económico de Bélgica, y al mismo tiempo, la pobreza de India. Es un término que me quedo muy gravado ya que cada día vivo distintas experiencias en donde me hacen saber que Argentina es un país en donde hay mucha desigualdad.
Cabe destacar, en el año 1962 nace en la Argentina un icono de la clase media llamada Mafalda, una tira de prensa, protagonizada por una niña que lucha por los derechos humanos y la paz mundial, y a su vez, por la desigualdad social que sufría su país en aquel entonces. Millones de familias de clase media se encontraban identificadas con este personaje que no tenia miedo hacerle frente a los principales causantes de injusticia y corrupción que impedían el desarrollo de las personas de clase baja, mas allá de la lucha por llegar arriba para así poder gozar de los beneficios que ello implica.
Por otro lado, en mi opinión personal, en los últimos años a habido un gran progreso en cuanto al proceso de integración social. Se han elaborado muchos planes de trabajo y desarrollo social, como el plan vivienda, la asignación universal por hijo, el programa jefas y jefes de hogar, plan mas y mayor trabajo, entre otros. Pienso que esta política social tiene la intención de garantizar los derechos básicos y universales de cada ciudadano y habitante del país, por otro lado, estos planes están destinados a los sectores mas excluidos y para las personas que se encuentran indefensas, y no estoy de acuerdo con las personas, generalmente de clase media o alta, que piensan que estos planes solo incentivan a la gente a no trabajar.
Para ir concluyendo, creo que la posible solución al tópico en cuestión, es que cada uno de los ciudadanos y habitantes de este país, empecemos a tener un espíritu mas solidario, de compañerismo y de amor hacia el prójimo, en especial para los mas necesitados, que mientras muchos de nosotros nos quejamos por cuestiones que no tienen mayor importancia, hay personas que sufren de desnutrición, enfermedades, frío en el invierno, y sed durante el verano. Para ver la pobreza en el mundo, no hace falta poner los ojos en África, lamentablemente en nuestro propio país hay gente que se muere de hambre cada día y nosotros tenemos que hacer algo para que esto deje de ocurrir.
Durante la II Guerra Mundial, debido a la escasez de hombres, que estaban en la guerra, las mujeres tuvieron que ocupar su papel trabajando en las fábricas para que la industria no se mermara, donde cumplieron el papel con creces, aunque cobraran mucho menos que un hombre en ese mismo puesto y se quedarán sin trabajo cuando regresaron los militares.
En 1942, J. Howard Miller, creo el icono más relacionado con ese movimiento, y que ha llegado a nosotros como el gran icono del feminismo.
“A veces Dios retira una determinada bendición para que la persona pueda comprenderle más allá de los favores y de las súplicas. Él sabe hasta qué punto puede someter un alma a prueba, y nunca va más allá de ese punto.
En esos momentos, jamás digamos: “Dios me abandonó”.
Él jamás hace esto: somos nosotros quienes, a veces, le abandonamos.
Si el Señor nos somete a una gran prueba, también siempre nos da las gracias suficientes – yo diría, más que suficientes– para superarla”.
A este respecto, la lectora Camila Galvão Piva me envía una interesante historia titulada: Las dos joyas:
Un rabino muy religioso vivía feliz con su familia: una esposa admirable y dos hijos queridos. Cierta vez, por causa de su trabajo, tuvo que ausentarse de casa durante varios días. Justamente cuando estaba fuera, un grave accidente de coche mató a los dos niños.
Sola, la madre sufrió en silencio. Pero siendo una mujer fuerte, sustentada por la fe y por la confianza en Dios, soportó el trauma con dignidad y valor.
Sin embargo, ¿cómo dar al esposo la triste noticia?
Aun cuando también era un hombre de fe, él ya había sido internado por problemas cardíacos en el pasado, y la mujer temía que la noticia de la tragedia acarrease también su muerte.
Solo restaba rezar para que Dios le aconsejara la mejor manera de actuar.
En la víspera de la llegada del marido oró mucho, y recibió la gracia de una respuesta.
Al día siguiente el rabino retornó al hogar, abrazó largamente a su esposa y preguntó por los hijos. La mujer le dijo que no se preocupara por ellos, que se fuera a dar un baño y a descansar.
Horas más tarde, los dos se sentaron para comer. Ella le pidió detalles sobre el viaje, él le contó todo lo que había vivido, habló sobre la misericordia de Dios... pero volvió a preguntar por los niños.
La esposa, en una actitud un tanto vacilante, respondió al marido:
–Olvídate de los hijos, después nos ocuparemos de ellos. Antes quiero que me ayudes a resolver un problema que considero muy grave.
El marido, ya preocupado, preguntó:
–¿Qué es lo que pasa? Noto que estás abatida. Cuéntame todo lo que pasa por tu alma y tengo la seguridad de que resolveremos juntos el problema, con la ayuda de Dios.
–Mientras tú estabas ausente, me visitó un amigo nuestro y me dejó dos joyas de valor incalculable para que las guardase. ¡Son joyas muy preciosas, jamás vi algo tan bello! Él vendrá a buscarlas y yo no estoy dispuesta a devolvérselas, pues ya les tomé cariño. ¿Qué te parece?
–¡Vaya, mujer, no entiendo tu conducta! ¡Tú nunca cultivaste vanidades!
–¡Es que nunca había visto joyas así! ¡No consigo aceptar la idea de perderlas para siempre!
Y el rabino respondió con firmeza:
–Nadie pierde lo que no posee. ¡Retenerlas equivaldría a un robo! Vamos a devolverlas y yo te ayudaré a superar su falta. Lo haremos juntos, hoy mismo.
–Pues bien, querido mío, haremos según tu voluntad. El tesoro será devuelto... En realidad, ya lo ha sido: las joyas preciosas eran nuestros hijos. Dios los confió a nuestros cuidados y durante tu viaje vino a buscarlos. Y ellos se marcharon...”.
El rabino comprendió inmediatamente. Abrazó a su esposa y juntos derramaron muchas lágrimas. Pero había comprendido el mensaje, y a partir de aquel día lucharon para superar juntos la pérdida.
por Paulo Coelho.